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ENTREVISTA: Iron & Wine, antes de su show en Niceto

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ENTREVISTA EXCLUSIVA VOMB: SAM BEAM, DE IRON & WINE (EEUU)
por Jimena Marseillan
 

Escuchar la voz de Sam Beam por teléfono es tan suave como sus discos. Esperable. Casi tan suave como la de Bon Iver, un poco más nítida que la de José González, pero igual de penetrante que la de Nick Drake. O, por qué no, que la de Kristian Mattson de Tallest Man On Earth, sólo para estirar un poco más la red de intimistas, apreciadores de la soledad, de los detalles, de los fogones y del invierno que hay (o hubo) merodeando por ahí. Beam se ríe fácilmente pero, como un cofre sin llave, no deschava sus secretos más preciados. Lleva un par de chistes malos ablandar su timidez. Es, como acostumbran los sureños estadounidenses, un hombre de pocas palabras.

Tal como él mismo acepta, su música no podía ponerse más lenta con los años, así que, como todo indicaba, sólo iba a crecer en velocidad y en intensidad. “Más minimal no se podía convertir”, explica Beam. “Ni más silenciosa”. “El primer disco fue muy personal e introspectivo, pero con el correr del tiempo intenté adoptar distintos tipos de música de varios artistas que admiro y el sonido cambió”, explica.

Basta con ver un par de videos de Beam en vivo para notar que, a pesar de repetir sus canciones una y otra vez, sus expresiones faciales, la intensidad de cada punteo, le devuelven al tema la novedad y el sentimiento de la primer escucha. “¿Cómo mantenés esa intensidad teniendo que repetirte a vos mismo tantas veces?”, se le preguntó a Beam hace algunos días en una llamada telefónica a Estados Unidos. “Definitivamente es un riesgo dejar de sentir las canciones de la misma forma”, explica el cantante barbudo, “si uno repite una acción varias veces, estadísticamente va a perderse algo a lo largo del tiempo. Pero lo que sucede es que cada vez se siente distinta a la anterior. Se reinventa, muta”.

A pocos días de llegar a la Argentina (se presentará en Niceto Club el sábado 5 de Septiembre, después de Karina Vismara y Diente de Madera), Beam se emociona y se divierte con la idea de venir a desglosar sus melodías en la cúpula del sonido que les suele resultar a los músicos ese escenario. “Estoy copado”, admite, “me divierte mucho que sea en un lugar chico, íntimo, en dónde se pueda probar cualquier cosa. No tengo nada planeado y pretendo improvisar”, confiesa sin pavura. “Me gusta probar cosas nuevas cuando voy a tocar a lugares nuevos”.

Sus arreglos mezclan muchos géneros, R&B, jazz, con condimentos del estilo de artistas con los que ha colaborado o versionado (como Postal Service, Calexico, Brian Blade o Stereolab). Dice que últimamente está escuchando mucha música clásica moderna –cosa que se traspapela en sus obligadas sesiones diarias de exploración y composición musical-, que la semana pasada estaba escuchando música brasilera, que nació de un fanatismo por la música latina, y quién sabe qué le tocará a la semana siguiente. Quizá un poco de música que se lleve de nuestro país.

Sumado a la singularidad de sus letras (que hablan del amor, las mujeres, la muerte, la soledad) Beam corre con la ventaja y desventaja de que la mayoría de las veces toca sus canciones solo, en sus shows en vivo. Esa prestancia, esa soledad en el escenario, lo vuelve vulnerable y, al mismo tiempo, aún más poderoso. Únicamente un sonido pujante y versátil se destaca por la ausencia de compañía.

Recién acabo de presentar el último disco así que siento que la gente todavía lo está absorbiendo”, explica sobre Archive Series –un rejunte del material que dejó afuera de su grabadora en los 90’- canciones pertenecientes a la época de su primer disco The Creek Drank the Cadle, lanzado en el 2002.

Con respecto a trabajar con Ben Bridwell, voz de Band of Horses, en el reciente álbum de reversiones entre ambos, dice: “Fue genial volver a reconectar, ya que nos conocemos hace muchos años. Hicimos el disco en una semana, porque no nos costó nada reunir canciones de artistas que admiramos hace años [Talking Heads, Spiritualized o Sade, entre otros]. El libreto está todo ahí, así que eso ayuda”, cuenta el cantante de 41 años, que está casado y tiene 5 hijas. “Mis letras crecen junto a ellas”, redondea. Y muchos crecimos junto a él.

Iron & Wine vendrá finalmente para saciar el fanatismo de quienes musicalizaron sus tardes con sus banjos, guitarras y susurros al oído, y con algo de suerte, nos va a dejar pasar un rato a ese cuarto oscuro, silencioso pero amable que huele a verdad.
 

Iron & Wine, Niceto Club (Buenos Aires), Sabado 5 de Septiembre 2015.

 


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